miércoles, 9 de enero de 2008

Caperuza Roja
Érase una vez una persona de corta edad llamada Caperuza Roja que vivía con su madre en la linde de un bosque. Un día, su madre le pidió que llevase una cesta con fruta fresca y agua mineral a casa de su abuela, pero no porque lo considerara una labor propia de mujeres, mucho cuidado, sino porque aquella era una acción generosa que contribuía a afianzar el sentimiento de comunidad. Además, su abuela no estaba ni mucho menos enferma, sino que gozaba de completa salud física y mental y era perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que era.
De manera que Caperuza Roja cogió su cesta y emprendió el camino a través del bosque. Muchas personas creían que el bosque era un lugar siniestro y peligroso, por lo que jamás se aventuraban en él. Caperuza Roja, sin embargo, poseía la suficiente confianza en su incipiente sexualidad como para evitar sentirse intimidada por una imaginería tan obviamente freudiana.
De camino a casa de su abuela, Caperuza Roja fue abordada por un lobo que le preguntó qué llevaba en la cesta.
_Un saludable tentempié para mi abuela _respondió_, quien, sin lugar a dudas, es perfectamente capaz de cuidar de sí misma como persona adulta y madura que es.
_No sé si sabes, querida _dijo el lobo_, que recorrer a solas estos bosques es peligroso para una niña pequeña.
Y Caperuza respondió:
_Ésa es una observación machista y en extremo insultante, pero haré caso omiso de ella debido a tu tradicional condición de proscrito social, lo que te ha producido una angustia que, a su vez, te ha llevado a desarrollar tu propia perspectiva de la vida, perfectamente válida, desde luego. Y ahora, si me perdonas, debo seguir mi camino.
Caperuza Roja continuó caminando por el sendero. Pero el lobo, que, por su condición de segregado social, estaba liberado de esa dependencia servil del pensamiento lineal tan propia de Occidente, conocía una ruta más rápida para llegar a casa de la abuela.
Una vez allí, irrumpió bruscamente en la casa y devoró a la anciana, adoptando con ello un modelo de conducta completamente válido para un carnívoro como él. A continuación, inmune a las rígidas nociones tradicionales de lo masculino y lo femenino, se puso el camisón de la abuela y se acurrucó en el lecho.

Caperuza Roja entró en la cabaña y dijo:
_Abuela, te he traído algunas fruslerías bajas en calorías y en sodio, en reconocimiento a tu papel de sabia y generosa matriarca.
_Acércate más, criatura, para que pueda verte _dijo suavemente el lobo desde el lecho.
_¡Oh! _repuso Caperuza_. Había olvidado que visualmente eres tan limitada como un topo. Pero, abuela, ¡qué ojos tan grandes tienes!
_Han visto mucho y han perdonado mucho, querida.
_Abuela, ¡qué nariz tan grande tienes!..., relativamente hablando, claro está, y a su modo indudablemente atractiva.
_Ha olido mucho y ha perdonado mucho, querida.
_Pero ¡abuela, qué dientes tan grandes tienes!
Y el lobo respondió:
_Estoy satisfecho de ser quien soy y lo que soy _y, saltando de la cama, aferró a Caperuza Roja con sus garras, dispuesto a devorarla.
Caperuza gritó, pero no como resultado de la aparente tendencia del lobo hacia el travestismo, sino por la deliberada invasión que había llevado a cabo de su espacio personal.
Sus gritos llegaron a oídos de un operario de la industria maderera (o técnico en combustibles vegetales, como él mismo prefería que lo llamaran) que pasaba por allí. Al entrar en la cabaña, advirtió el revuelo y trató de intervenir. Pero apenas había levantado su hacha cuando tanto el lobo como Caperuza Roja se detuvieron.
_¿Puede saberse con exactitud qué cree usted que está haciendo? _inquirió Caperuza.
El operario maderero parpadeó e intentó responder, pero las palabras no acudían a sus labios.
_¡Se cree acaso que puede irrumpir aquí como un Neandertal cualquiera y delegar su capacidad de reflexión en el arma que lleva consigo! _prosiguió Caperuza_. ¡Machista! ¡Discriminador de especies animales! ¿Cómo se atreve a dar por hecho que las mujeres y los lobos no son capaces de resolver sus propias diferencias sin la ayuda de un hombre?
Al oír el apasionado discurso de Caperuza, la abuela saltó de la panza del lobo, arrebató el hacha al operario maderero y le cortó la cabeza. Superado este duro trance, Caperuza, la abuela y el lobo creyeron experimentar cierta afinidad en sus objetivos, decidieron instaurar una forma alternativa de comunidad basada en la cooperación y el respeto mutuos y, juntos, vivieron felices en el bosque para siempre.

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